Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

Críticas concretas


Veamos, pues, las críticas concretas sobre La Florida del Inca. Silvestre se equivocó respecto del lugar de nacimiento de Soto, pero henos aquí que existen documentos antiguos que indican que pudo haber nacido en Badajoz, y además partieron de Barcarrota varios expedicionarios y entre ellos precisamente el hijo de Soto. Se trata, entonces, de un error comprensible y hasta cierto punto justificado117.

Respecto de los otros expedicionarios, resulta impresionante constatar que Silvestre se acordó de los nombres de 121 de ellos, en contraste con sólo 69 recordados conjuntamente por el Hidalgo de Elvas, Hernández de Biedma y Ranjel. De esos 121 nombres, se ha podido comprobar mediante el registro de la Casa de Contratación y otras fuentes que acertó plenamente en 85. Las otras 36 identificaciones son dudosas o sólo parciales, pues el registro recoge el lugar de donde era vecino el expedicionario, mientras que Garcilaso solía ofrecer el dato de su lugar natal; en algunos casos difiere el nombre de pila, donde coinciden apellidos y lugares de procedencia118. Hay que tener en cuenta también que muchos nombres no se recogieron en el registro de la expedición porque se trataba de personas directamente vinculadas a la casa del Adelentado, su familia y sus criados, el jefe de la guardia capitán Spínola, o porque eran oficiales reales y como tales no se registraban --como el factor Hernández de Biedma-, o porque eran personas destinadas a ser regidores de futuras ciudades-, como por ejemplo Álvaro de Sanjurge, y Diego Amusco de Tapia. Tampoco aparecen en el registro Francisco Ginovés ni Falco Herrado, pero su presencia está comprobada por otras fuentes. El error de llamar al Guzmán que se quedó con los indios Diego en vez de Francisco -con el detalle de que Carmona contó la misma historia pero acertando el nombre, comprobado por el Catálogo de pasajeros de Indias y por el Hidalgo de Elvas, y que Garcilaso prefirió dar mayor crédito a Silvestre- es en verdad un error mínimo, sobre todo al saber que el padre de Francisco Guzmán se llamaba precisamente Diego. Otro caso similar es el de un hombre cuyo apellido recordaba Silvestre con dificultad, dudando si era Francisco de Aguilera o Francisco de Aguilar, pero diciendo que era de Badajoz119. De hecho, según el registro, hubo un Francisco de Aguilera, de Castilla, y otro, de Salvatierra, actualmente de la provincia de Badajoz. En resumen, los aciertos totales predominan mientras que los errores son, o bien sólo parciales, o justificados, demostrando en todo momento una prodigiosa capacidad y voluntad de informar correctamente120.

En cuanto al número de expedicionarios que se embarcaron en Sanlúcar para la Florida, la verdad es que los otros documentos y crónicas que se refieren a este punto tampoco coinciden, por lo que resulta difícil y arriesgado hacer afirmaciones tajantes sobre este punto121.

Asimismo, la tan criticada escasez de datos cronológicos y topográficos en realidad no lo es tanto, pues resulta verdaderamente impresionante que, además de recordar la progresión cronológica de los acontecimientos a grandes rasgos, con la indicación del año y estación, Silvestre logró fijar bastantes fechas, mencionando el 30 de mayo, el 1 de junio, el 11 de agosto, el 17 de agosto, el 10, el 15 y el 23 de septiembre, y el 1 y el 26 de octubre del año 1539; el 3, 11, 21 y 24 de marzo, el 4, 10 y 11 de abril, el 3 de mayo, el 5 de junio, el 2, 5 y 27 de julio, el 30 de agosto, el 18 de septiembre, el 8 y el 18 de octubre, el 18 de noviembre, y el 17 de diciembre de 1540; el 25 de abril, el 19 de junio, el 29 de julio, y el 4 de agosto de 1541; el 6 y el 29 de marzo, el 17 de abril, el 5 y el 20 de junio de 1542; el 2 de julio y el 10 de septiembre de 1543.

Como no se tiene conocimiento de otras fuentes que puedan corroborar o contradecir estas fechas, lo razonable es suponer que Silvestre las dio cuando realmente tenía la convicción de estar en lo cierto, manteniendo el silencio cuando no las recordaba. Esto tampoco quiere decir que no cabe la posibilidad de errores, como ya hemos visto en lo referente a los nombres de sus compañeros, pero de la intención de dar la relación verídica no cabe ya dudar.

Por otra parte, los datos que dio Silvestre sobre distancias, direcciones de marcha y de flujo de los ríos, tipos de suelo, accidentes topográficos, vegetación y topónimos indígenas son confusos, complejos, o insuficientes en muchos casos. Ya lo dijo Garcilaso: En este rumbo, y en todos los demás que en esta historia se dijesen, es de advertir que no se tomen precisamente para culparme si otra cosa pareciese después cuando aquella tierra se ganase, siendo Dios servido que, aunque hice todas las diligencias necesarias para poderlos escribir con certidumbre, no me fue posible alcanzarla porque, como el primer intento que estos castellanos llevaban era conquistar aquella tierra y buscar oro y plata, no atendían a otra cosa122; y hemos dicho la derrota que el ejército tomaba cuando salía de unas provincias para ir a otras, no ha sido con la demostración de los grados de cada provincia, ni con señalar derechamente el rumbo que los nuestros tomaban porque, como ya en otra parte he dicho, aunque lo procuré saber, no me fue posible, porque quien me daba la relación, por no ser cosmógrafo ni marinero, no lo sabía, y el ejército no llevaba instrumentos para tomar la altura, ni había quien lo procurase ni mirase en ello# Por lo cual se me perdonará esta falta con otras muchas que esta mi obra lleva, que yo holgara que no hubiera de qué pedir perdón123.

Así y todo, aún se ha podido establecer a grandes rasgos la ruta que siguió esta magna expedición, y en cuanto a los topónimos indígenas, un crítico refiriéndose a un apellido vasco equivocado dijo no es pecado# equivocarse en vascuence124, y se podría añadir que tampoco lo es equivocarse en otras lenguas enteramente extrañas. Las diferencias que ya hemos advertido entre las versiones de nombres propios indígenas según Silvestre-Garcilaso, el Hidalgo de Elvas, Hernández de Biedma y el Ranjel125, antes que para criticar la inexactitud o confusión de La Florida, sirven para confirmar la pronunciación aproximada de muchos nombres, pues las distintas versiones, aun sin tener en cuenta errores de transcripción e imprenta, se asemejan lo suficiente como para asegurar que se trataba de los mismos lugares, conclusión confirmada por los sucesos ocurridos en cada uno de ellos.

Sobre algunos de los datos más pintorescos de la narración, aparte de los que, según Garcilaso, fueron confirmados por Coles o Carmona, se puede añadir que la historia de Juan Ortiz126 viene corroborada en sus elementos fundamentales por el Hidalgo de Elvas, Biedma y Ranjel, aunque estos dan menos detalles y varían las palabras pronunciadas por Ortiz para salvar su vida. Asimismo, la batalla naval que ocurrió en Cuba poco antes de llegar la armada de Soto ha sido comprobada por otras fuentes documentales127, al igual que la noticia de que el paje Diego Muñoz y Hernando de Vintimilla permanecieron diez años como prisioneros entre los indios floridanos y fueron rescatados por la expedición que llevó a fray Luis de Cáncer128.

De las posibles exageraciones que se han señalado en la obra, la incertidumbre que ya apuntamos respecto del número de expedicionarios se acrecienta en cuanto se toca el tema de las cifras de indios muertos en batalla contra los españoles. Es interesante en el caso de la batalla de Mauvilla que Silvestre precisó que de las más de 11.000 muertes, más de 3.500, y la mayoría de mujeres, fueron causadas por las quemaduras y la asfixia por el humo del incendio que se produjo dentro del recinto. También especificó diferentes números de muertos y heridos según fueron hallados dentro del fuerte, inmediatamente alrededor de él, o en las cercanías en un radio de cuatro leguas. No hay ninguna duda de que ésta fue efectivamente una batalla importante, pero, aunque a primera vista sí parecen altas las cifras dadas por Silvestre, sería arriesgado pronunciarse definitivamente sobre el caso. Podría ser significativo en este tema que en otras batallas donde Silvestre pudo haber abultado el número de indios muertos, no lo hizo. Así, por ejemplo, en el primer encuentro con los guerreros de Vitacucho, dice que de unos 10.000 hombres murieron unos 300, escapándose los demás129.

En cuanto al supuesto combate singular de Álvaro Nieto, si se lee con cuidado la narración del suceso, se ve que no fue tal, sino que con una mezcla de gran valor y oportunidad pudo defenderse en retirada mientras otro compañero remaba para poner la canoa a salvo, y aun añadió Silvestre: mas no les valiera nada el esfuerzo y valentía del uno ni la diligencia y destreza del otro, si no hallaran cerca de sí la carabela130. En fin, este episodio, con su carga de frustración, terquedad, insensatez y compañerismo por parte de los españoles, y con la astuta y disciplinada belicosidad de los indios, respira verosimilitud, sin contar con que (según Garcilaso) viene corroborado por Juan Coles. Otro tanto ocurre con el caso de los guerreros de Vitacucho, los más tercos y valientes de los cuales tardaron un día entero en salir de un lago para rendirse a los españoles, cosa que creemos no rebasaba los límites de lo humanamente posible. Aquí dice el propio Garcilaso que los hombres de Soto quedaron admirados de la fortaleza y constancia de ánimo de estos indios, y recalca que era una hazaña por cierto increíble y que yo no osara escribirla, si la autoridad de tantos caballeros y hombres grandes que, en Indias y en España, hablando de ella# no me lo certificaran, sin la autoridad y verdad del que me dio la relación de esta historia, que en toda cosa es digno de fe131.

En otro orden de supuestas exageraciones, se ha señalado que los discursos que pone Garcilaso en boca de los indios los hace aparecer como héroes greco-romano-renacentistas, con la insinuación evidente de que no se ajusta a la realidad. Está claro que Silvestre no se acordaría de las palabras exactas dichas por los indios, ni aunque las hubiera entendido en su versión original, sin la intervención de los intérpretes; pero de allí a dudar de la capacidad o inclinación de los indios para pronunciar discursos bien razonados, media cierta distancia. Tampoco parece que exista motivo para dudar del contenido esencial de dichos discursos, siempre y cuando se tengan otros datos que corroboren la fidelidad de la memoria de Silvestre.

Sobre este punto escribió Garcilaso en relación con la respuesta que le dio a Soto el señor de Acuera: El gobernador, oída la respuesta del indio, se admiró de ver que con tanta soberbia y altivez de ánimo acertase un bárbaro a decir cosas semejantes132. Asimismo, dedicó un capítulo entero para exponer cómo Silvestre insistió, dando toda clase de seguridades, en que los indios tenían sobradas facultades para razonar y hablar: Lo que os he dicho, respondieron los indios en substancia, sin otras muchas lindezas que ni me acuerdo de ellas, ni que me acordase las sabría decir como ellos las dijeron, tanto que el gobernador y los que con él estábamos nos admiramos de sus palabras y razones# Por todo lo cual, escribid sin escrúpulo alguno lo que os digo, créanlo o no lo crean, que con haber dicho verdad de lo que sucedió, cumplimos con nuestra obligación, y hacer otra cosa sería hacer agravio a las partes133. Por otro lado, cabría señalar que en la crónica que escribió el Hidalgo de Elvas, los indios principales también pronunciaban largos y bien razonados discursos134, todo lo cual, junto con los conocimientos actuales sobre la cultura indígena norteamericana, indica que, si bien y por razones obvias las palabras no son las exactas, el hecho en sí de pronunciar un discurso razonado así como su contenido esencial no tienen por qué ponerse en tela de juicio, dejando aparte la cuestión del estilo literario que adoptó Garcilaso para hacer su redacción.

Por último, se ha acusado a Garcilaso de exagerar las riquezas de Florida en general, y del templo de Talomeco en particular. Ranjel mencionó Talomeco como pueblo principal, con un cerro muy alto que tenía un templo encima, y con una casa para el cacique que era muy grande y, como todas las casas de esa zona, esterada arriba y abajo. Asimismo, todas las fuentes mencionan las perlas de este lugar, de manera que, por de pronto, no se ha inventado ni la existencia ni la importancia del lugar. Aquí se puede imaginar a Garcilaso interrogando minuciosamente a su amigo Silvestre para componer la descripción del edificio, y desde luego que el resultado es deslumbrante, pero a fin de cuentas habla de esteras tejidas de carrizas y cañas, adornos a base de plumas, conchas marinas, perlas de agua dulce y aljófar, figuras humanas talladas en madera, armas hechas de madera, pedernal, cobre y azófar, y cañas tejidas, puntas de flecha fabricadas en cuerna de venado, madera, huesos de todo tipo, cobre y pedernal, gamuzas y mantas de pieles. Es decir, que no menciona nada en absoluto que fuera imposible encontrar allí, y desgraciadamente no había casi nada que pudiese resistir el abandono, el saqueo y el incendio. Garcilaso, una vez más, insiste en la verdad de su historia: suplicaré encarecidamente se crea de veras que antes quedo corto y menoscabado de lo que convenía decirse que largo y sobrado en lo que hubiera dicho135. Asimismo, asegura que, en líneas generales, confirmaba Alonso de Carmona lo dicho por Silvestre sobre Cofachiqui y Talomeco.

En fin, de sus elogios sobre las riquezas de Florida lo que se deduce claramente es la finalidad principal que movió a Garcilaso a escribir la historia: su deseo de que España colonizase y evangelizase esa provincia, y por tanto, de borrar el mal nombre que aquella tierra tiene de estéril y cenagosa, lo cual es a la costa de la mar136. Dice, concretamente, que es tierra fértil y abundante de todo lo necesario para la vida humana, pudiéndose introducir plantas y ganados europeos para aprovecharla mejor137. Abunda en lo mismo en relación a las provincias de Apalache138 y Utiangue139 y, en definitiva, lo único que repite una y otra vez es que la tierra era amplia y fértil, ya que de por sí ofrecía muchos productos útiles como el maíz, moreras, nogales, árboles frutales, bellotas de encina y roble, diferentes animales de caza, valiosos por su carne o sus pieles, y perlas, pero que de la cual se podría sacar mucho mayor provecho con una adecuada colonización. Reconoce que no se había descubierto oro ni plata, y no es mentir el expresar la creencia de que se podrían hallar si se buscasen debidamente140. No hay, pues, tal exageración de las riquezas de Florida.

Tras estas consideraciones sobre los errores y supuestas exageraciones de Silvestre y Garcilaso, hay que contestar a las críticas dirigidas contra las otras fuentes utilizadas por Garcilaso. Hoy no se conservan las relaciones de Alonso de Carmona y Juan Coles, y no se ha identificado tampoco la que tuvo Ambrosio de Morales, dando pie a la sugerencia de que Garcilaso pudiera haberlas inventado. Actualmente, la existencia histórica tanto de Carmona como de Coles está comprobada por otras fuentes documentales141. Ahora bien, la existencia de sus respectivos manuscritos ha de ser estudiada por vías indirectas. En primer lugar, la explicación que da Garcilaso de cómo llegaron a sus manos resulta enteramente plausible, añadiendo verosimilitud a su relato las descripciones que hace de cada manuscrito142. El hallazgo del de Coles en casa de un impresor de Córdoba no tendría nada de sospechoso habida cuenta de que Garcilaso mantuvo relaciones con varios impresores y libreros cuando vivía en esta ciudad143. Por otra parte, si Garcilaso hubiera deseado inventar estas fuentes, quizás habría sido más lógico y realista escoger como presuntos autores a dos expedicionarios que ya sabía por Silvestre que habían estado en Florida, y no a dos hombres que Silvestre no mencionó. En fin, está la cuestión estilística. Las menciones que hace Garcilaso de Carmona y Coles fueron claramente redactadas después de haber terminado el texto principal, y colocadas siempre al final de capítulo para añadir siempre algún detalle, para decir que coinciden con la versión de Silvestre, o para indicar alguna pequeña discrepancia que hubiera advertido. Estas adiciones interrumpen y afean la línea narrativa, además de la armonía estética, de la historia, y no cabe duda de que Garcilaso, por su propia sensibilidad literaria, no las habría incluido de esta manera, si no es porque, como él afirma, llegaron a su conocimiento después de tener su historia redactada, y porque se preocupaba sinceramente por dar una versión lo más completa y verídica posible144.

Un dato pequeño que corrobora la existencia del manuscrito de Carmona es que Garcilaso prefirió aceptar el recuerdo de Silvestre, de que el hombre que se quedó con los indios se llamaba Diego de Guzmán, añadiendo sin embargo que Carmona lo llamó Francisco de Guzmán, nombre que es confirmado por el Hidalgo de Elvas y el registro de la Casa de Contratación. Otro detalle es que según Silvestre, al retirarse la expedición del río Mississippi ya no tenían ni astrolabio, ni ballestilla, ni carta de marear. Sin embargo, Carmona dice que el contador Juan de Añasco salvó el astrolabio e improvisó los otros dos instrumentos, detalles que se confirman por la hoja de servicios de Añasco. No se puede saber si aquí se trata de la falta de afecto que tenía Silvestre hacia Añasco, o simple olvido, pero lo que no admite duda es que, al poner este detalle contradictorio, Garcilaso dio una prueba evidente de su sentido de la responsabilidad historiográfica. Por último, la aportación de Carmona a la narración del final de la expedición cobra mayor importancia, teniendo en cuenta que las versiones de Biedma y Ranjel son brevísimas e incompletas, el Hidalgo de Elvas es adverso al sucesor de Soto, Luis de Moscoso, y Silvestre pone de manifiesto su frustración contra los enemigos de Soto y los oficiales reales por abandonar Florida, o tal vez ya se estaba cansando del esfuerzo de recordar toda la historia hasta su desdichado final145.

En fin, sólo queda por decir algunas palabras sobre la cuarta fuente de La Florida del Inca, la que tenía Morales, quien la cotejó con una cuarta parte del manuscrito de Silvestre y Garcilaso. El nombre de Morales no fue mencionado en La Florida, como tampoco lo fue el de Silvestre como fuente de información, pero explicó Garcilaso que envió parte de su manuscrito a un cronista real, quien le contestó que era verdad lo que decía y coincidía con la relación que él, como cronista, tenía en su poder146. No es invención de Garcilaso este cotejo, pues se ha sabido, por cartas escritas por él, que el cronista a quien se refería era su amigo Morales. Sólo podemos hacer conjeturas sobre el porqué no le nombró, teniendo en cuenta que el prestigio de Morales habría aumentado la autoridad de la obra. Quizás fue precisamente el temor de ese prestigio; y Garcilaso quiso que su obra se valiese por sus propios méritos y, sobre todo, como obra escrita por él y sólo él. Quizás no quería compartir el mérito de la autoría con nadie identificable, ni con Silvestre ni con Morales, y por eso habló de ambos sin dar sus nombres147. Sea como fuere, eso no quita ni un ápice del valor de La Florida del Inca como fuente histórica. Coincide a grandes rasgos con las otras crónicas conocidas sobre esta expedición: del Hidalgo de Elvas, Rodrigo Ranjel y Hernández de Biedma, aunque Garcilaso no conoció ninguna de ellas, a pesar de que la del Hidalgo se publicó en Evora en 1557148. La obra de Garcilaso es independiente de ellas y, con gran diferencia, la más detallada, la más completa y la más larga. Como fuentes de referencia general Garcilaso utilizó las obras de López de Gomara, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Juan de Castellanos y José de Acosta, pero su presencia en La Florida es mínima149.

En definitiva, La Florida del Inca es una obra histórica de bellísima factura, esencialmente verídica, aunque con las limitaciones señaladas, que rescata la profunda complejidad humana e histórica de una de las expediciones más importantes emprendidas por los españoles del siglo XVI a Norteamérica.



Sylvia L. Hilton









Normas de transcripción del texto





La presente edición de La Florida del Inca está basada en la edición príncipe de 1605, si bien se han introducido algunas variantes. La puntuación se ha modernizado, al igual que la ortografía. Algunos ejemplos más frecuentes son los siguientes casos: la c se ha cambiado en los lugares pertinentes a z (desembarazar, empezó, zara); la cc a c (sucesor) o la g a h (ahora), la mp a n (prontitud), la sc a c (crecer, parecer, acaecer), y la y a hi (hierba) o a i (traigo, traición, aire). Asimismo, se ha modernizado el uso de la b, la u y la v (nueva, andaba, uno, había, bergantín), se han eliminado las dobles consonantes anticuladas, como sacasse, viesse, essa, honrrar, illustre, y se han desarrollado todas las abreviaturas como gente, tanto, con, paciencia, porque. También se han modernizado las formas subjuntivas terminadas en -ere, -eren, y otras formas verbales hoy en desuso (trujo, dixo, vido), junto con algunas palabras como priesa, proprio, apropriado, interromper, ciénega, verísimil, flueco (fleco); todo con el fin de facilitar la lectura del texto. En los pocos casos donde era del todo imprescindible añadir alguna palabra, se ha indicado lo añadido colocándolo entre corchetes.

Ahora bien, los cambios más importantes, por afectar al contenido y significado del texto, son aquellos que hayan surgido del cotejo de la edición de 1605 con una Fe de erratas que hemos descubierto en uno de los ejemplares conservados en la Biblioteca Nacional de Madrid, y que ha pasado inadvertida por los estudiosos de la obra hasta hoy. Las correcciones y los añadidos que se basan en esta nueva fuente se indican en cada caso en las notas al texto y constituyen una aportación para la fijación más perfecta de este texto.